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Este libro rebosante de preguntas comienza con dos de Georges Bataille: «¿A qué hemos venido? ¿A jugar o a estar serios?». Yo no sé a qué hemos venido. Si tengo que responder en base a la poesía de Pablo, diría a que a las dos cosas. Personalmente, me he reído leyendo La dejadez. A lo mejor soy un poco mala persona, pero creo que es un libro para reírse igual que los velatorios son un sitio para reírse. El extraño amor del que Pablo habla, que como un sedimento «se va formando en la puerta de la casa», no es un chiste, ni mucho menos, pero tampoco una tragedia. Si este libro tiene valor es porque regresa una y otra vez para tocarlo con las manos desnudas.
Se pierde una casa por dejadez,
por indiferencia,
por exclusión.
Se pierde una casa por no saber celebrarla
y por el deseo oscuro
de quedarse sin nada.
La casa en la que jugaba al ajedrez.
La casa en la que me dejé ganar.
La casa en la que me caí al suelo.
La casa inaceptable
en la que todos me ocultan quién soy.
Madre,
¿cómo nos defenderemos sin perder la fe?
¿Cómo será nuestro día a día
a partir de hoy?
¿Cuánta dejadez tengo que heredar
para formar parte de lo que sea esto?